domingo, 11 de noviembre de 2012

Sobre espejos y ciudades


Yo creo que uno mismo se proyecta en las cosas, en las ciudades, en la gente.

Años atrás Buenos Aires me parecía triste. Hallé una furiosa y amorfa masa de multitudes, me mareaba la rapidez, el paso ligero, el anonimato. Después de una semana de vagar, tuve la sensación de ser nada.

Llegaba tarde a un viejo departamento prestado en San Telmo. Mi amiga y única cara familiar del edificio  estudiaba todo el día, y de noche no hacía grandes alardes de amistad. Al volver a mi ciudad natal había bajado varios kilos, de cuerpo y de alma. No recuerdo un viaje más solitario.

Hoy ya estoy a unos días de distancia de mi última visita la ciudad de la furia,  semana en la que me adapté casi sin impacto a mi Asunción. La city porteña lució esta vez más colorida. En algunos breves momentos de soledad, me senté a mirar a la gente, y pude ver como repentinamente  del cielo caía una música ligera, y todos, sobre la Avenida 9 de Julio elegían una pareja al azar, y agitando las piernas por unos segundos, bailaban al ritmo de un tango electrónico, para luego continuar caminando.

Esta vez sólo me llamó la atención la soledad extrema de un hombre en el subte, sucio, descalzo y semi inconsciente, que parecía ir hasta el final, y rogar para que lo lleve el subte, para siempre. Además de él otra gente, durmiendo en las puertas, del lado de afuera, en los asientos y las plazas. Pero todo esto no llegó a afectarme hasta el punto de arruinar mi día, ni siquiera mi hora, tengo  aplicada la vergonzosa vacuna, esa que te ponen después de haber nacido en el tercer mundo, ya no siento.

En una ciudad de mil caras sólo se nos presentan unas pocas a la gente con suerte,  con unos buenos pesos y besos encima da gusto caminar y dormir en Recoleta, la compañía es indispensable, y hoy día tengo suerte.  Desde hace un tiempo me he dado cuenta de que un viaje se recorre mejor de la mano, las calles lucen mejor de la mano, y así, también luce mejor la gente.

Hoy creo que uno se proyecta en el presente, y lo transforma, como la alquimia sutil del inconsciente.