Hacia finales de los ochentas no existía internet, lo más parecido era alguna que otra revista porno que se había filtrado en tercer grado, una tal “Clímax” que se vendía en los quioscos, y que algún compañero había robado a su tío, gran coleccionista por cierto.
Era una buena rebanada de coito que ilustraba como se veía por dentro un pene introducido en una vagina, imagen que mientras permaneció allí clavada, resultaba bastante incómoda para todos.
Como broche de oro llego el momento de las preguntas. Al final de la clase teníamos que transcribir en un papel y de forma anónima nuestras más íntimas inquietudes, supongo que con la mejor intención de que bajo un manto de anonimato, podamos perder todas nuestras inhibiciones. Supongo que después de semejante clase a muchos no les quedaron ganas de experimentar, y yo creo que nadie le encontró algo de sentido al tema, a una clase que parecía haber sido una rara y forzada mezcla de anatomía y religión.
Al ver tan misteriosa manifestación no dudé en acercarme a ella, comencé a manipularla como una reliquia y aprender todo lo que pude durante el tiempo en que el bendito papel se deshacía en mis manos, la hoja no estaba completa, era solo un pedazo, pero un pedazo muy representativo, en donde ya se dejaban ver algunas prácticas orales, anales y de todo tipo. Como pudo haber interpretado un niño semajantes practicas?: Hay adultos que juegan a hacer cosas puercas, no todos son como papá y mamá.
Al margen de desafortunados accidentes pornopileteros, tuve la suerte de nacer en una cuna pro, con una madre Católica súper pro de mente abierta, y con un padre ateo. Fue ella quien en su momento me habló de sexo, y fue ella quien me dijo que el sexo era como “comer chocolate”, que daba gusto y que era bueno, y por eso lo hacia la gente frecuentemente, antes y después de casados, que algunos se querían, y otros no tanto, y que ella y papá lo hacían porque se querían.
Fue una gran fortuna crecer en una casa sin tabúes, de la mano de gente con creencias religiosas pero inteligentes y cultas. Mi colegio fue de después de todo, (y muy a pesar de aquel episodio del sexto grado), otro punto a favor, no hacía mucho énfasis, ni en el pecado ni en una moral cristiana castradora ni fundamentalista, más bien puedo recordar memorables profesores de ciencia, filosofía y psicología, que despertaban nuestra curiosidad e interés.
En estos tiempos en que se debaten tan fuertemente cuestiones de educación sexual pública, estoy seguro de que a la larga ganarán los buenos, y no los que como aquel misionero se aferran a creencias obsoletas y dañinas, que con buenas intenciones tratan de hacer prevalecer lo que a ellos les parece "moral y correcto", y creen llevar a cabo los designios de algún dios, pero no se dan cuenta de que ya perdieron el tren de la humanidad: el tren de la igualdad de la libertad y de la ciencia.