viernes, 6 de diciembre de 2013

El síndrome de la hormiga, y su remedio

    Mirando la televisión anoche sábado con mi pareja, y con una copa de sidra que compramos para festejar un día no festivo,  con el único pretexto de salirnos de la rutina, me encontré casualmente con un documental de astronomía mientras mi compañera cerraba los ojos para abandonarse brevemente sobre los brazos de Morfeo ( no el negro de The Matrix, sino el dios griego) y darse una  breve vuelta por el país de los sueños.


     Definición de documental de astronomía: Todo documental en el que muestren muchos puntitos blancos e imágenes animadas alternando entrevistas con extraños seres de anteojos gruesos (culo de botella), algunos un poco despeinados y otros algo excéntricos, bajo la sombra de un gran y gigante cilindro de acero y cristal bien pulido, hablando sobre lo pequeños en insignificantes que somos con el objetivo de maravillarnos de la grandiosidad y misterio del universo a escalas verdaderamente inimaginables, con el riesgo colateral de provocar en algunos espectadores (que se encuentren bajo la influencia del alcohol), un sentido de insignificancia que se aleja un poco de la exquisita experiencia mística-contemplativa, para acercarlo más a la bien llamado  –Síndrome de la hormiga-.

    Definición de síndrome de la hormiga: Síndrome erróneamente ignorado en el DSM-IV ,  cuyo origen puede ser un la contemplación de un  documental de astronomía, en donde el individuo toma consciencia súbitamente de que el lapso en que transcurre su vida y la de sus semejantes es verdaderamente ridículo e insignificante, si lo comparamos por ejemplo, con la vida de una estrella, de una galaxia o del universo entero, acompañado también de una sensación de pequeñez en insignificancia física, la victima podría caer en una depresión repentina pero corta.


     Mientras bebía los últimos tragos de mi copa de sidra, todas las ideologías del planeta sea políticas, religiosas o de cualquier otra índole, se diluían en una provinciana ridiculez de los habitantes de un pequeño punto azul pálido, condenados a desaparecer para siempre en la noche de los tiempos, me imaginaba alejándome del planeta tierra , escuchando los ecos de nuestra historia, todas las conversaciones, todos los programas de T.V.  todos los triunfos de la ciencia y la tecnología, los mártires y los tiranos, todos juntos desapareciendo en la inmensidad de la Vía Láctea, como desaparece un hormiguero arrazado por la lluvia de noviembre o  por un indiferente transeúnte. Imaginaba, quizás a millones de años luz, miles de otros planetas posiblemente habitados sin intención de conocer ni reír de nuestra ideas, tan nuestras como lo son las de un loco o esquizofrénico que camina solo por la calle, recitando doctrinas que solo él sabe que son ciertas, ignorando, quizás, que está rodeado por un mundo inaccesible para su propia mente, que cree ser la única mente verdadera.

     En una batalla contra mí mismo, trate de relativizar las cosas, después de todo…  pensé, si las  hormigas pudieran pensar como nosotros, nos verían como seres casi eternos, casi inmortales, súper poderosos, y padecerían del doble síndrome de la hormiga, nos darían una palmadita sobre el dedo gordo diciéndonos: ¡mira lo que soy yo frente a vos!,  ¿acaso no ves  que todo es una cuestión relativa?


     Relativizar las cosas a nuestra conveniencia a veces sirve, mientras por la T.V. veía anoche una simulación por computadora del la colisión de galaxias, la nuestra, con la más cercana, Andrómeda, que ocurrirá dentro de cinco mil millones de años, por un periodo de varias otros miles de millones de años,  volví a mirar a la bella durmiente que suspiraba a mi lado, con la cabeza recostadita sobre el almohadón de la sala, y pensé…
     


     Quizás no importan el tiempo ni la distancia

     Quizás solo importa el aquí y el ahora.

     Quizás grande no es lo mismo que importante.

     Quizás cada momento es eterno.

martes, 28 de mayo de 2013

Volver a sentir Star Wars (la vieja serie)

Hoy me dieron ganas de volver a ver Star Wars, y no se porque, cada tanto me da, tengo ganas de compartirla con alguien, de volver a vivirla como si fuera ayer.

Nací en 1976, poco tiempo después, y en un remoto lugar de la galaxia me encontraba sentado en el cine, ante un magistral banda sonora, una  exquisita combinación con seres obscuros e inquietantes, hablando idiomas ininteligibles, robots  dejando huellas en desiertos extraterrestres, alucinantes maquinas gigantes de cuatro patas caminando pesadamente bajo una lluvia de rayos  en pleno campo de batalla, y el inquietante sonido de la respiración de Dark Vader, el ser más malvado y poderoso  que  había visto en mi vida, peleando cuerpo a cuerpo, el sonido de los sables láser al chispear con el roce, escucharlos agitarse en el aire. Woooomm...

Para mi todo esto era y asombroso, y me daba miedo, pero de alguna manera me habría la cabeza precozmente, tecleando esta  noche puedo volver a sentir la emoción que me producían esos mundos imaginarios,  que planteaban la idea de la vida más allá de la tierra, de seres tan extraños como posibles, tecnologías descomunales, grandes  y épicas luchas interestelares, y culturas tan diversas. Todo esto me  sacó un poco del cuadradito en que vivía, abrió la puerta a tantas cosas, el interés por la astronomía, la ciencia y la ciencia-ficción, la filosofía, el arte, y tantas cosas más.

Por algún tiempo y creo que casi sin saberlo pertenecí a “La iglesia Jedi de los últimos tiempos”, si, la verdad que uno de los más atractivos encantos de la saga, es todo este misticismo de la Fuerza, el lado obscuro…etc.,  una especie de panteísmo con un toque Taoísta, creo que si en esa etapa de mi niñez (ocho o diez años quizas)  alguien me mostraba la biblia del  Jedi, automáticamente dejaba de acompañar a mi abuelo a escuchar a los vociferantes pastores agitadores de biblias, para sentir la placida voz del viejo Yoda decir : Que la fuerza te acompañe. 
También es momento de declarar  que alguna vez  pensé que si  tenía una niña , la llamaría Leia,(como la princesa),  esto nunca ocurrió y no tengo idea si sucederá (lo de tener una hija, porque lo de Leia ya desistí definitivamente después de escuchar opiniones dispares).

Cada tanto quisiera volver a sentir como esta noche, rememorar y no dejar escapar a todo aquello, aquello que forma parte de la historia de uno. Algunos dicen que nunca dejamos de ser niños del todo, que poseemos un niño interior, y no interpreto esto como el costado inmaduro de ser humano, más bien con el lado soñador, el que da lugar a la fantasía, al juego, a la despreocupación, a los sentimientos, a la curiosidad. Después de todo muchos adultos convierten
esto en algo productivo, en algo fresco e inmortal.

Entre los matorrales de la vida cotidiana de “ la edad adulta y madura”, vale la pena abrir surcos por un instante,  los de la imaginación y la fantasía, para volver a mirar hacia arriba, hacia las estrellas.
 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Sobre espejos y ciudades


Yo creo que uno mismo se proyecta en las cosas, en las ciudades, en la gente.

Años atrás Buenos Aires me parecía triste. Hallé una furiosa y amorfa masa de multitudes, me mareaba la rapidez, el paso ligero, el anonimato. Después de una semana de vagar, tuve la sensación de ser nada.

Llegaba tarde a un viejo departamento prestado en San Telmo. Mi amiga y única cara familiar del edificio  estudiaba todo el día, y de noche no hacía grandes alardes de amistad. Al volver a mi ciudad natal había bajado varios kilos, de cuerpo y de alma. No recuerdo un viaje más solitario.

Hoy ya estoy a unos días de distancia de mi última visita la ciudad de la furia,  semana en la que me adapté casi sin impacto a mi Asunción. La city porteña lució esta vez más colorida. En algunos breves momentos de soledad, me senté a mirar a la gente, y pude ver como repentinamente  del cielo caía una música ligera, y todos, sobre la Avenida 9 de Julio elegían una pareja al azar, y agitando las piernas por unos segundos, bailaban al ritmo de un tango electrónico, para luego continuar caminando.

Esta vez sólo me llamó la atención la soledad extrema de un hombre en el subte, sucio, descalzo y semi inconsciente, que parecía ir hasta el final, y rogar para que lo lleve el subte, para siempre. Además de él otra gente, durmiendo en las puertas, del lado de afuera, en los asientos y las plazas. Pero todo esto no llegó a afectarme hasta el punto de arruinar mi día, ni siquiera mi hora, tengo  aplicada la vergonzosa vacuna, esa que te ponen después de haber nacido en el tercer mundo, ya no siento.

En una ciudad de mil caras sólo se nos presentan unas pocas a la gente con suerte,  con unos buenos pesos y besos encima da gusto caminar y dormir en Recoleta, la compañía es indispensable, y hoy día tengo suerte.  Desde hace un tiempo me he dado cuenta de que un viaje se recorre mejor de la mano, las calles lucen mejor de la mano, y así, también luce mejor la gente.

Hoy creo que uno se proyecta en el presente, y lo transforma, como la alquimia sutil del inconsciente.

martes, 10 de abril de 2012

Un gato sobre el tejado caliente

   Lo miro a través de la ventana, esta tirado, arrojado plácidamente y parece una mala cruza entre callejero y siamés. El no conocerá la naturaleza noble de sus ancestros, tampoco se preguntará sobre lo que le depare el destino, ni tendrá memoria ni melancolía.

   No se imaginara un cielo estrellado, para él somos sombras, inexplicables sombras que se mueven en un mundo en blanco y negro. El no necesita comprender, no necesita preguntar, imaginar, soñar, anhelar, creer, en comprar un número para la lotería contra la soledad.

   En su continuo rodar por los muros y callejones, se cruza con una gata ocasional, receptora genética, arisca, una relación diríamos, insana, que siempre termina en desastre, en separación, en pelea, en maullidos, en corridas.

   Lo miro a través de las rejas,  sigue campante, en cambio yo me encuentro frente a este artilugio milagroso y mágico de la tecnología, donde escribo, me divierto, trabajo y vivo, una ventana a la vida, la otra vida, la que nos la creamos nosotros, mamíferos bípedos que habitamos por debajo de los tejados calientes, los tejados que nos separan de aquellos seres.

   Una delgada frontera cerámica, pero infranqueable.

domingo, 5 de febrero de 2012

J y sus enseñanzas

Hoy me desperté con un recuerdo tonto en la cabeza, creo que fue durante el recreo, cursando la secundaria, nos dirigíamos al panchero para pelear por un mísero pancho con mayonesa antes de que suene la campana ,y tengamos que entrar a clases nuevamente, volver a la rutina de tratar de no dormir y ser amonestado.

A mi lado marchaba J. era un compañero algo obsesionado con algunos temas muy propios de la adolescencia, caminábamos a la par bajando las escaleras a paso acelerado, y en un súbito momento de iluminación, y como en esos instantes en los que repentinamente se revela alguna verdad me miro y dijo:

“…Edu, la vida es como una sucesión de películas porno…”

Quede meditabundo, en primer lugar, porque me encontraba ante un amigo y protector, con una inteligencia muy superior al promedio, y en segundo, porque sabía perfectamente que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que J llegara a tener alguna relación sexual.

Pensar la vida como una ininterrumpida secuencia porno parecía algo divertido, pero J expresaba más bien su profundo deseo, anhelo de todo adolescente, el ideal de éxito y bienestar.

Por supuesto, existía un dejo de ironía en sus palabras, una especie de tristeza y frustración, quizás, por aquellas historias contadas por otros, hazañas en las que él deseaba ser el protagonista y no un mero espectador.

Me quede pensando que cada uno tiene su visión de la vida, de lo que quisiera que fuera, también una visión de lo que es en este momento, luego, una noción de lo que falta para llegar a ese "quisiera" y finalmente, una opinión sobre nuestra capacidad para llegar.J con su ironía expresaba un sueño acariciado, pero se lo veía desanimado.

Hoy, al volver a recordar sus palabras, quisiera rescatar su metáfora cinematográfica, creo que cada quien elije el género, que somos los directores, actores, guionistas e iluminadores, y que si hoy nos damos cuenta de que estamos en la película incorrecta, tenemos la capacidad para mudarnos a otra, a la que quisiéramos que sea, lo sepamos o no. Estoy seguro de que J ya es consciente de esto, hoy, domingo de mañana, yo creo que estará algo ocupado.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mi educación sexual

Si me preguntan qué educación sexual recibí en el colegio me veré obligado a responder que ninguna,...pero esperen, ahora que lo pienso, si recibía alguna… Si mal no recuerdo el escenario era el siguiente: eran los tiernos once años y rozando la pre-adolescencia, con las hormonas contra la pared, ahí estábamos, en el aula esperando la tan anhelada clase de educación sexual.

Hacia finales de los ochentas no existía internet, lo más parecido era alguna que otra revista porno que se había filtrado en tercer grado, una tal “Clímax” que se vendía en los quioscos, y que algún compañero había robado a su tío, gran coleccionista por cierto.



De pronto y al fin entro a la clase nuestro instructor, y se preguntaran quien nos dio aquella clase, un médico?, un biólogo?, un psicólogo?, digamos que no exactamente, más bien un venerable religioso de aspecto y carácter bonachón al que todos queríamos , perteneciente al grupo misionero fundador de mi excolegio. Ahora se preguntarán de que nos habló aquel día, muy bien, la respuesta es algo que en este contexto no nos debería sorprender tanto:



De Adán y Eva.




Exacto. La manzana del pecado… el árbol prohibido… el fin de la inocencia… y como ellos comieron la fruta prohibida y sintieron vergüenza de sus cuerpos desnudos y se cubrieron, etc, etc, etc. Después de aquel dramático relato sobre origen desafortunado del primer acto sexual, siguió una breve descripción médica y muy científica de la unión del óvulo con el espermatozoide en el útero, y fue el momento de desplegar una memorable ilustración que clavo sobre la pizarra usando unos cuantos pinches. 

Era una buena rebanada de coito que ilustraba como se veía por dentro un pene introducido en una vagina, imagen que mientras permaneció allí clavada, resultaba bastante incómoda para todos.



No había manera más ilustrativa y científica de explicar cómo había llegado el espermatozoide a unirse con el óvulo, pero el misionero había olvidado la parte más enigmática del asunto, de darnos alguna explicación más o menos razonable del por qué demonios el hombre, teniendo mejores cosas que hacer en el día, había decidido introducir su pene en tan cavernoso agujero.

Como broche de oro llego el momento de las preguntas. Al final de la clase teníamos que transcribir en un papel y de forma anónima nuestras más íntimas inquietudes, supongo que con la mejor intención de que bajo un manto de anonimato, podamos perder todas nuestras inhibiciones. Supongo que después de semejante clase a muchos no les quedaron ganas de experimentar, y yo creo que nadie le encontró algo de sentido al tema, a una clase que parecía haber sido una rara y forzada mezcla de anatomía y religión.


No hay que sorprenderse entonces, que solo los más valientes y afortunados decidieran experimentar años más tarde por cuenta propia, en el campo de batalla y con las hormonas mejor puestas, para ver si aprendían un poco, y otros, (no tan afortunados) tuvimos que esperar algo más, pero ojo, esto no es algo de lo que me arrepienta, y más bien ahora lo veo como una desgracia con suerte.



Pero mi educación sexual se inició abrupta e inesperadamente mucho antes de aquella memorable clase, con una hoja de revista porno flotando en la pileta de mi vecino, no me pregunten como llego allí, pero flotaba como un camalote y emanaba destellos plateados y dorados, como si de una aparición sobrenatural se tratase. 

Al ver tan misteriosa manifestación no dudé en acercarme a ella, comencé a manipularla como una reliquia y aprender todo lo que pude durante el tiempo en que el bendito papel se deshacía en mis manos, la hoja no estaba completa, era solo un pedazo, pero un pedazo muy representativo, en donde ya se dejaban ver algunas prácticas orales, anales y de todo tipo. Como pudo haber interpretado un niño semajantes practicas?: Hay adultos que juegan a hacer cosas puercas, no todos son como papá y mamá.

Al margen de desafortunados accidentes pornopileteros, tuve la suerte de nacer en una cuna pro, con una madre Católica súper pro de mente abierta, y con un padre ateo. Fue ella quien en su momento me habló de sexo, y fue ella quien me dijo que el sexo era como “comer chocolate”, que daba gusto y que era bueno, y por eso lo hacia la gente frecuentemente, antes y después de casados, que algunos se querían, y otros no tanto, y que ella y papá lo hacían porque se querían. 


Fue una gran fortuna crecer en una casa sin tabúes, de la mano de gente con creencias religiosas pero inteligentes y cultas. Mi colegio fue de después de todo, (y muy a pesar de aquel episodio del sexto grado), otro punto a favor, no hacía mucho énfasis, ni en el pecado ni en una moral cristiana castradora ni fundamentalista, más bien puedo recordar memorables profesores de ciencia, filosofía y psicología, que despertaban nuestra curiosidad e interés.


Todos fuimos víctimas de alguna u otra manera de experiencias fallidas, información contradictoria, sea en el colegio, en la calle en los medios o en nuestros hogares, no todos fueron tan afortunados y pagaron bastante caro y siguen pagando, sin darse cuenta, por el peso de la ignorancia y desinformación.

En estos tiempos en que se debaten tan fuertemente cuestiones de educación sexual pública, estoy seguro de que a la larga ganarán los buenos, y no los que como aquel misionero se aferran a creencias obsoletas y dañinas, que con buenas intenciones tratan de hacer prevalecer lo que a ellos les parece "moral y correcto", y creen llevar a cabo los designios de algún dios, pero no se dan cuenta de que ya perdieron el tren de la humanidad: el tren de la igualdad de la libertad y de la ciencia.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Me recuerdo

Me recuerdo conduciendo en la carretera infinita y vacía, y fijar la mirada en un punto, donde la ruta se unía con el horizonte
Luego me recuerdo mirando a través del espejito retrovisor, y ver lo mismo, exactamente lo mismo.
Pero al mirar a mi lado, me recuerdo viendo un asiento lleno, lleno de alegría.